Maestro de nada



Las comidas familiares suelen comenzar con algunos nervios: ¿está la mesa puesta?, al asado le falta media hora, ¿dónde está el vino?, no me digas que nadie ha metido el cava al congelador…

Pero terminan en un momento de relajación y conversación con la copa de pacharán navarro que siempre tomamos después del café. Tomamos la copa como más nos gusta, a pequeños sorbos, mientras hablamos de cualquier cosa: del tiempo, de los peques, de las plantas…

Hoy hemos hablado de lo loco que está el tiempo y repito a la familia las mismas explicaciones que leí en un periódico digital: que si el anticiclón está aquí, la borrasca allá y por eso el aire frío y húmedo viene de allá para acá… Y que sin embargo cuando la ola de frío siberiano el anticiclón estaba acuyá y por eso el viento frío venía seco.
Parece que siempre tengo una explicación a mano para cualquier cosa. Oigo un comentario, “éste sabe de todo”. Y es que tenemos tanta información a mano, es tan fácil ahora encontrar en internet explicaciones a cualquier cosa, respuestas a cualquier pregunta, que siempre podemos intervenir en las conversaciones. Llega a parecer que sabes de todo cuando en realidad no llegas a rascar más allá de la superficie de las cosas. Nos quedamos con los titulares y las letras negritas y pocas veces llegamos al fondo de nada.
Antes si decíamos de alguien que “sabe” de un tema estaba implícita una parte de reverencia: la persona señalada era un experto en la materia, la dominaba, y se admitía con reconocimiento.
Hoy en día quedan menos expertos y abundan los que saben de todo, los sabelotodo, palabra que, en lugar de reverencia, ha tenido siempre un tonillo de recochineo.
Pienso que no es cierto que ahora sepamos más cosas: en realidad conocemos de más cosas. Y, sin darnos cuenta, nos hemos convertido en aprendices de todo.