Comenzamos
a leer este mes el diario escrito por el endrino. Es un diario algo distinto
porque, como iréis descubriendo, está escrito de forma mensual. Pero si está
escrito mes a mes no es un diario, dirá alguien. Bueno, tampoco creo que nadie esperara encontrar a un endrino escribiendo, digo yo, así que tampoco nos sorprenderá cómo lo escriba.
El fin de la sobremesa
Hemos
terminado los postres y, antes de que el camarero saque los cafés, la mitad de
los comensales ya están levantados: salen del restaurante para fumar su
cigarrillo. El resto nos quedamos mirándonos sin saber qué hacer: esperar a que
regresen, ocupar sus sitios y reagruparnos en la mesa… La camarera llega con
los cafés y, cuando nadie sabe en qué lugar tiene que dejar el cortado con
leche desnatada, muestra su desesperación por la cantidad de ausentes y
abandona los cafés, agrupados, en un lado de la mesa.
Momento pacharán ruidoso
Hoy
de nuevo disfruto de mi momento pacharán: estoy sentado en mi sillón después de cenar y escucho música a bajo
volumen saboreando mi pacharán a pequeños sorbos, como a mí me gusta. Y también me gusta escuchar la música así, con poco volumen, porque me permite leer mientras
la escucho de fondo. También porque pienso que así no molesto a los vecinos.
Aunque,
claro, sólo lo puedo hacer cuando los vecinos no me molestan a mí. Porque hay
vecinos que disfrutan poniendo la música alta y entonces tengo que subir el
volumen. Hay ocasiones en que, incluso, termino apagando la mía: por
mucho que suba el volumen no consigo tapar la otra música y sufro esa cacofonía
tan molesta que ocasionan las dos músicas desacompasadas. Esas noches escucho
la música de mi vecino a pesar de que no estoy muy de acuerdo con su gusto
musical.
El pacharán y los Reyes Magos
Las navidades nos traen recuerdos a todos: el árbol de Navidad, el pavo, los turrones. Los recuerdos pueden llegar a rivalizar entre sí: los Reyes Magos, el señor Noël, el Olentzero…
Dentro de esta rivalidad en mi infancia siempre ganaron los Reyes Magos. De niño me fastidiaba que llegaran tan tarde, al final de las Navidades, pero eso nunca supuso una merma en mi cariño. Quizás porque la ilusión tenía muchos días para crecer. Tanto crecía que la noche del día 5 era imposible dormir: qué me traerán, a ver si los oigo cuando lleguen...
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